Jingles: la BSO que marca nuestras vidas

A los seres humanos siempre nos ha gustado contar historias. Nos encanta. Ser por una milésima de segundo el punto de concentración de las miradas del resto de presentes y, si la situación lo permite, desatar alguna clase de sentimiento. Solemos ser cercanos, empáticos y coherentes al contexto narrativo, pero llega el final del día y no todo lo comunicado a nuestro público ha impregnado su mente. Existen vacíos de información y las sensaciones se han disipado.

Algo que tenemos en común con la publicidad,  pero,  ¿qué pasaría si existiera un método que pudiera condensar toda nuestra historia en un bloque cognitivo, que se repitiera en la mente de las personas en bucle por un largo periodo de tiempo?

La música nos ha dotado de este poder. Desde principios del siglo XX, cuando la historia, la música y la publicidad juntaron sus caminos creando el primer jingle, mantener un mensaje en la mente del consumidor durante más tiempo es posible. Los jingles, es decir, canciones compuestas a partir de pequeños fragmentos publicitarios, fueron concebidos como una forma de promoción de diferentes datos informativos de una marca o empresa.

En las primeras décadas de la publicidad, en España era habitual recurrir a personajes de la canción del momento, a modo de prescriptor. Así, nacieron varios himnos como “Familia Phillips, familia feliz” (1965) en la voz de Carmen Sevilla, el primer jingle de la historia de la publicidad española.

Las agencias de publicidad del momento estudiaron los casos de éxito alrededor del jingle y, actualmente, se han publicado varios informes corroborando la eficacia de la música para expresar un mensaje. La fuentes de sonido tienen esas ventajas, frente a otros medios, que las hacen trascendentales como, por ejemplo, reproduciéndose en un segundo plano. No hace falta que centremos toda nuestra atención en lo que escuchamos, ya que nuestra mente está recogiendo la información inconscientemente y hay una alta probabilidad de que algún dato sobre el contenido sea recordado a posteriori.

Por otro lado, los jingles tienen ese punto fuerte de la música que pueden mantener una estructura por bloques y llegar a un estribillo y repetirlo hasta la saciedad. Nuestra propia cultura musical nos ha enseñado que en una canción habrá una parte que se repita, como mínimo, una vez más, por eso no sentimos molestia.

En cierto modo, vivimos en un ciclo de reciclaje musical: las melodías, los mensajes, los tonos se repiten una y otra vez. Algunas compañías se mantienen en un estribillo infinito con el objetivo de perpetrar en los sentimientos de su consumidor, en cambio, existen otras que, con sólo lanzar dos palabras y una sencilla melodía, consiguen quedarse en la orquesta interior de la gente.

“Vuelve, a casa vuelve. Vuelve por Navidad.”

El Almendro supo afinar sus escalas hasta el punto de crear un éxito inmortal y que todas nuestras radiofrecuencias programarán a lo largo de los años o, mejor aún, cuando se aproxima la fecha de comprar sus productos de temporada invernal. Todo un hit-o.

La sociedad de la infoxicación está repleta de estímulos audiovisuales, pero la misión está clara: tocar las cuerdas de la emoción, la pasión y la nostalgia. Puede que ésta no sea la canción de tu vida, pero si hay algo que podemos agradecer a la publicidad de marcas, es que han generado una playlist en el imaginario común a escala mundial.

¿Qué quieres hoy para comer?

PARA PA PA-PAAAA

I´M LOVIN´ IT